Erase una vez un árbol, en el que un artista desconocido empezó a tallar esculturas. El escultor iba todos los días y trabajaba un poquito sobre las formas variadas e irregulares del tronco y su corteza y de sus ramas.
Así, primero hizo una libélula y una mariposa nocturna.
Luego se animó e hizo con gran realismo un cocodrilo con la boca abierta.
Un mono con cara intrigante y un orejudo lemur estaban agarrandose a una rama.
Mientras tanto la boa constrictor amenazaba enroscada en un hueco del tronco.
Era el árbol de la gran familia animal.
Todos ellos viviendo en simbiosis: el escultor terminó el día de su muerte asimilado en la corteza y vivió para siempre entre sus propias creaciones.
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